Soy Rocío, malagueña y salerosa, ante todo fotógrafa y con una misión en la vida: hacer felices a los demás a través de las imágenes.

Es un trabajo precioso porque siempre documento momentos bonitos e importantes de la vida de la gente. Cuando entrego mis trabajos, veo sus caras y sonrisas, me siento muy afortunada.

Aunque estudié Turismo, no me dio tiempo a viajar mucho porque fui una madre joven. Empecé a trabajar en el mundo inmobiliario para sacar al churumbel adelante. También fue un trabajo bonito porque comprar una casa es una de las decisiones más importantes en la vida y yo les ayudaba en ese proceso.

Pero llegó la explosión de la burbuja y decidí reinventarme en forma de cámara. Es más, desde hace 2014, mi cámara vive permanentemente pegada a mí. Siempre, desde pequeña, me había parecido mágico eso de congelar momentos y, cuando me regalaron mi primera réflex, supe que era lo que quería hacer el resto de mi vida. Con ella tengo la relación más estable de mi vida.
Soy hija única y mi familia no es muy grande pero nunca pensé que iba a encontrar tantas satisfacciones en mi clan fotográfico.

Me dedico principalmente a la fotografía infantil y gastronómica. Ayudo a capturar los momentos más felices de las familias que me contratan así como contribuyo a mejorar la imagen de producto de las empresas de alimentación y/o restauración. 

En fotografía social, suelo realizar mis trabajos en exteriores con luz natural. Y, si es en casa, procuro buscar las habitaciones que más luz tengan.

Además, también imparto talleres de fotografía a niños y padres en La Térmica, centro cultural de Málaga. Y bajo petición, doy talleres individuales o en grupos reducidos para aficionados a la fotografía y bloggers que quieran mejorar sus imágenes.

También me dedico a la formación de personal en empresas relacionadas con la gastronomía y alimentación allí donde me requieran. Una de las cosas que más me gusta es ver cómo lucen los productos de mis clientes.